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¿Es la historia cíclica?

¿Es la historia cíclica?

Politizoom
Opinión y análisis de Ismael Garduño

Desde que los primeros filósofos o pensadores levantaron la vista al cielo y se preguntaron si el tiempo tenía un principio o un fin, la idea de que la historia se repite ha rondado la mente humana como una sombra persistente. Hemos conocido de imperios que caen, de revoluciones que prometen redención y que acaban en nuevas formas de opresión y guerras que estallan tras periodos de aparente paz, todo parece seguir un patrón.   Entonces, surge la pregunta inevitable: ¿es la historia cíclica?
A primera vista, la respuesta parece afirmativa.  La historia está plagada de situaciones que se repiten con nombres y banderas distintas, pero con los mismos vicios. Roma cayó por corrupción, decadencia moral y luchas internas; siglos después, podríamos decir lo mismo de la Unión Soviética o incluso de imperios modernos que aún no aceptan su declive. La revolución francesa, rusa y mexicana, por ejemplo, compartieron un patrón: promesas de justicia, violencia liberadora y, eventualmente, una nueva élite que se pareció demasiado a la que derrocó. El ciclo parece claro: ascenso, auge, decadencia, caída y vuelta a empezar.


Sin embargo, esta interpretación o creencia puede ser tan seductora como peligrosa. Asumir que la historia es cíclica puede llevar a una actitud fatalista, a la idea de que nada cambia realmente y que todo está destinado a repetirse.  Tal vez constituya un pensamiento cómodo de quien prefiere observar que actuar. Si la historia es una rueda, ¿para qué luchar por la justicia, por el progreso o por la verdad, si todo volverá al mismo punto?


No existe un concenso entre los pensadores y escritores modernos, algunos cuestionan  esta visión pero otros la defienden.  El hecho es que cada etapa histórica encierra contradicciones y situaciones coyunturales que llevan al cambio y al “desarrollo o a la evolución”; y talvez no es que la historia se repita, sino que más bien se repiten los mismos errores o se repiten las mismas conductas; aunque tampoco podemos negar el hecho de que al parecer ocurren contextos históricos, culturales y tecnológicos que parecerían estar compuestos por factores comunes.


Por ejemplo, las guerras que lamentablemente hemos conocido, han iniciado por los mismos factores: intereses económicos, disputas territoriales, diferencias étnicas o religiosas, nacionalismo extremo, lucha por el poder, etc. y estos mismos factores están a punto de detonar diferentes guerras en diversas regions del mundo.


Hoy, en pleno siglo XXI, esta discusión sigue viva. La historia reciente ofrece evidencias para ambas posturas. La democracia, por ejemplo, que muchos creyeron consolidada tras la Guerra Fría, muestra síntomas de retroceso: populismos, autoritarismos disfrazados de urnas y polarización; solo basta analizar los actuales gobiernos de Corea del Norte, Rusia, Cuba, Venezuela o Nicaragua.


Algunos ven aquí un retorno a los años 20 o 30, a los totalitarismos disfrazados de salvación nacional. ¿Estamos repitiendo el ciclo? Se repiten los gobiernos de la Alemania nazi, de la Italia fascista, de la España franquista o de la dictadura de Chile?


Creo que no necesariamente repetimos la historia, ya que, aunque ciertos fenómenos se parecen, el contexto es radicalmente distinto.  La tecnología, la globalización, la conciencia de derechos humanos y la interdependencia mundial introducen variables nuevas.   Nadie en el siglo XIV discutía sobre algoritmos o inteligencia artificial. Aunque los miedos puedan ser parecidos —pérdida de control, concentración de poder, desigualdad—, los escenarios son inéditos e imprevisibles.


Entonces, ¿por qué seguimos viendo la historia como un ciclo? Tal vez porque nos da seguridad. Los ciclos son comprensibles, predecibles. Nos permiten explicar el caos con un patrón. Además, creer que “todo vuelve” tiene una carga casi religiosa: ofrece consuelo ante la pérdida, y también esperanza ante la derrota. Si el mal regresa, también regresará el bien. Pero esto es más un anhelo que una realidad objetiva.


Si la historia es cíclica, entonces repetiremos las barbaridades de los años 20 a los que algunos definieron como “los años locos”?  En nuestro país, nos encontramos ante una situación de cero crecimiento económico que avisora una fuerte recesión, tendremos un crack en el 29?  Seguiremos con el auge de regímenes autoritarios? Se seguirán aumentando las tensiones raciales en el mundo?


Una mirada crítica nos obliga a aceptar que la historia no es ni cíclica ni lineal, sino compleja. A veces retrocede, a veces avanza, otras veces simplemente gira en círculos sin sentido. Lo que sí es cierto es que los humanos tenemos una extraordinaria capacidad para repetir errores, disfrazarlos de novedades y luego sorprendernos cuando el resultado es el mismo. Pero eso no es culpa de la historia, sino de quienes la protagonizan.


En conclusión, la historia no es una rueda fatalista que gira eternamente, ni una flecha recta hacia el progreso. Es un campo de batalla donde fuerzas opuestas luchan por imponer sentido. A veces parece repetirse, pero solo porque los seres humanos seguimos siendo esencialmente los mismos: contradictorios, ambiciosos, desenfrenados.  Decir que la historia es cíclica puede ser una metáfora útil, pero también una trampa. Lo importante no es si se repite, sino si nosotros aprendemos de ella antes de que vuelva a golpearnos.