Opinión de Arturo Huicochea Alanis
En la fría y soleada mañana del sábado, en el Hospital del Niño de Toluca, madres y padres pobres sostenían a sus hijos, en espera turno para que recibieran la atención que el avance del cáncer en sus cuerpos exige.
Al mismo tiempo, en oficinas vacías por asueto, yacían expedientes por casi 2 mil 900 millones de pesos destinados a salud, sin ejercerse. Que no se usaron.
No es el único, en la entidad hay hospitales llenos de dolor mientras el dinero público se guarda o se destina a otros fines. No es metáfora, es diagnóstico.
La Cuenta Pública 2024 revela que la Secretaría de Salud del Estado de México dejó sin ejercer 2 mil 893 millones de pesos. Dinero aprobado, etiquetado y autorizado para atender a los mexiquenses… que simplemente no se usó.
El dato, debería escandalizar a cualquier mexiquense con un mínimo sentido de responsabilidad cívica. Un subejercicio no es una simple cifra contable: es una cama vacía, un medicamento que no llega, una cirugía suspendida, una quimioterapia que no se aplica, una familia que termina pagando lo que el Estado prometió cubrir, o una vida que se esfuma ante la impotencia de quienes más lo quieren.
Madres, padres, niñas y niños enfermos protestan frente al Hospital del Niño de Toluca pero, sus demandas —insumos, personal médico, atención oportuna— podrían haberse resuelto con esos recursos que el propio gobierno estatal decidió no gastar, o no supo hacerlo.
El subejercicio presupuestal es, en el lenguaje de las políticas públicas, una falla de diseño o de implementación. Significa que hubo recursos, pero no hubo capacidad para aplicarlos a tiempo ni de manera eficaz. Y cuando eso ocurre en salud, los efectos se multiplican: se deteriora la confianza ciudadana; aumenta la presión sobre hospitales y personal; y se genera un problema donde la gente recibía solución.
El dinero público debe traducirse en resultados sociales medibles: tratamientos aplicados, consultas atendidas vidas salvadas.
Eso es lo que se conoce como gestión para resultados, el principio central del Presupuesto Basado en Resultados (PbR) que el propio Estado de México adoptó hace más de una década y que hoy parece olvidado. Desde esa perspectiva hay tres tareas que no admiten demora:
- Ejercer con oportunidad y eficiencia los recursos aprobados. No basta con asignarlos en papel. Se necesita planeación operativa, seguimiento y mecanismos de alerta temprana para evitar que los recursos se congelen.
- Transparentar el gasto. Que la ciudadanía sepa cuánto se destinó a cada hospital, cuántas plazas se cubrieron y qué programas quedaron sin operar.
- Evaluar por resultados, no por discursos. Si los hospitales siguen sin medicamentos, el indicador de desempeño no puede calificarse como “cumplido”. Los resultados deben medirse con indicadores de atención, satisfacción y cobertura.
El subejercicio no daña la credibilidad del gobierno: cuesta vidas.
En salud, no gastar, es decidir. Decidir no ampliar un turno. Decidir no contratar a una enfermera más. Decidir que un niño espere días por un medicamento que ya estaba financiado.
El Estado de México tiene instituciones de gran capacidad técnica, servidores públicos con experiencia y hospitales con vocación de servicio. No falta talento, falta decisión política.
Si el dinero público no se ejerce, el Estado renuncia a su razón de ser. Y en materia de salud, esa renuncia la pagan personas necesitadas e inocentes.
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