La triste noticia de un niño asesinado por tan solo mil pesos duele en el alma, porque es el resultado de una sociedad que ha dejado de lado la humanidad. Duele porque todos nos hemos convertido en meros espectadores de la crueldad hacia los más indefensos. Ya no pasa un solo día sin que algo atroz suceda en este país, que parece haberse convertido en cómplice de los horrores.
El caso de Fernando, secuestrado por una familia que le prestó mil pesos a su madre y que esta no pudo pagar, es solo la punta del iceberg de un sistema que ha fallado. La señora denunció, acudió a las instancias que supuestamente brindan apoyo y protección… ¿y qué sucedió? Nadie la escuchó. Como tampoco fue escuchado ni auxiliado el niño que gritaba y lloraba por los maltratos de sus captores.
El infanticidio en nuestro país es una realidad. Recordemos que hace apenas un mes, en el estado de Sonora, una madre y sus tres hijas fueron asesinadas. Hemos hablado también del asesinato y maltrato que sufrió Cruz, el pequeño de seis años que fue grabado mientras buscaba qué comer en un bote de basura, y de muchos otros casos que son solo una pequeña muestra del desamparo que viven nuestras infancias.
De acuerdo con cifras oficiales, en los casos donde un niño o niña es víctima, la impunidad puede alcanzar el 90 o 95 %. En los últimos diez años, de enero de 2015 a mayo de 2025, han sido asesinados más de 26 mil niños, niñas y adolescentes. Durante el sexenio de López Obrador fueron más de 14 mil, y en lo que va de la administración de Claudia Sheinbaum, 1,600 niñas y niños han sido asesinados. Esto nos da un contexto de lo sistemática que es la violencia contra la niñez. Y a estas cifras hay que añadirles las desapariciones: diariamente se reportan entre 14 y 20 niños y niñas desaparecidos, muchos de ellos víctimas de explotación sexual, reclutamiento forzado, secuestro y extorsión.
Nuevamente, la sociedad le ha fallado a un niño que creció sin protección, sin el derecho a vivir una vida digna, de jugar, de tener la oportunidad de ir a la escuela. Hoy no basta con lamentar, ni con compartir una noticia en redes, ni con decir “qué horror”. Hoy es urgente mirar de frente la realidad que hemos permitido crecer. No podemos seguir normalizando lo inaceptable. Cada niño asesinado es una herida abierta en nuestra conciencia colectiva, una deuda con la humanidad.
El caso de Fernando no es un caso aislado: es un grito de auxilio que exige acción, justicia y memoria. No podemos seguir siendo espectadores pasivos de una tragedia cotidiana. Necesitamos una sociedad que escuche antes del llanto, que actúe antes del crimen, que abrace antes de la pérdida.
Que este dolor no se vuelva costumbre. Que esta rabia no se apague. Que esta historia nos despierte. Porque si no somos capaces de proteger a nuestras infancias, entonces… ¿qué clase de futuro estamos construyendo? ¿Hasta cuándo seguiremos callando? ¿Qué harás tú para no ser parte de esta indiferencia?