Opiniones

Los tránsfugas políticos

Los tránsfugas políticos

En días anteriores se dio la noticia de que diversos políticos pertenecientes al PRI renunciaban a su partido para adherirse al PVEM y formarían un grupo que denominaron “Alianza progresista”. Esos políticos fueron encabezados por Eruviel Ávila Villegas, Alejandro Murat Hinojosa, Jorge Carlos Ramírez Marín y Adrián Ruvalcaba Suárez.


El presidente Andrés López, como es su costumbre, sin importar su flagrante violación a las disposiciones legales (que, por cierto, existen por exigencia suya) que prohíben a los gobernantes en turno meterse, coordinar y, principalmente, disponer de recursos públicos para las campañas de cualquier partido político, se atrevió a decir que todas las alianzas son buenas (entiéndase las que le convienen). En algún momento mencionó que todos los seres humanos cometemos errores y que toda traición es buena cuando se trata de unirse a “la transformación” que dice encabezar. Atrás quedaron las denuncias e investigaciones por desvío de recursos públicos que pesan sobre Ávila Villegas y Murat Hinojosa. Estos priístas tránsfugas han sido bendecidos por el mesías de la transformación y asunto arreglado.


Para algunos la política es un juego de traiciones y lealtades, convirtiéndose en un círculo que se repite. Para ellos, entonces, no debe haber mayor inconveniente en los constantes cambios de un partido a otro. Sin embargo, cambiar porque no les dieron una candidatura o perdieron el poder que tenían al interior de su instituto político es traicionar. A final de cuentas, sólo quieren ejercer el poder, punto. ¿Qué tiene de malo ese comportamiento? Moverse entre partidos puede ser considerado parte de las libertades y los derechos políticos fundamentales de cada ser humano.  Veamos la otra cara de la moneda: ¿nuestros representantes verdaderamente son libres en el ejercicio de su cargo por elección o deben rendir cuentas a sus electores y a los institutos que los postularon? Dado que cada partido representa una posición ideológica, pienso que estos movimientos entre partidos traicionan a las y los electores, quienes creyeron en candidatas y candidatos. ¿Cómo entonces justificar su cambio de ideología?


Según el diccionario de la RAE “tránsfuga” es una persona que huye de una parte a otra y también la persona que abandona una organización política, empresarial o de otro género para pasarse a otra generalmente contraria; en la milicia es un desertor y, me pareció interesante que “chaquetero” aparece como sinónimo. Según Luis Efrén Ríos, catedrático de filosofía del derecho de la Universidad Autónoma de Coahuila, ser tránsfuga a lo mexicano es ir de un partido a otro cuando el de origen no presenta a un político (o política) a las elecciones. Dice Ríos que este comportamiento tiene dos acepciones: es un demócrata o es un oportunista, porque al final el cambio (la traición) es para ir por otro cargo (mantenerse en la nómina y con fuero) no para formar gobierno y servir a la sociedad.


En ese mismo tópico de política a la mexicana, razona el autor, habría que cuestionar si es aceptable o no permitir las traiciones en aras de la libertad política que permite la democracia. En cualquier caso, si se atiende a los negativos de la naturaleza humana, el tránsfuga es así, traidor, desleal, codicioso, oportunista, avaro, capaz de doblarse ante el régimen oficial para proteger sus propios intereses. Y, otra vez, en el otro lado de la moneda está el buen republicano que rompe y se opone al grupo en el poder y se mantiene firme a pesar de los pesares y contra viento y marea, resistiendo los ataques más arteros desde el poder.


En el pasado se consideraba que los tránsfugas priístas no sabían jugar con las reglas para llegar al poder, y al cabo del tiempo se perdían en el olvido y llegaban el fracaso político, al perder cualquier oportunidad electoral o de superación política. A casi 36 años de distancia aún prevalece el recuerdo de Cuauhtémoc Cárdenas y sus seguidores que separándose el PRI lograron un verdadero parteaguas al buscar que se abriera el sistema hegemónico y arrebatarle espacios de poder. Unos años después, Andrés López abandonó al PRI y se unió al PRD fundado por Cárdenas.  Finalmente, cuando no pudo seguir usando al PRD como instrumento para satisfacer sus ambiciones personales fundó su propio movimiento que lo llevó a la presidencia.


Así la cosas debemos reflexionar, ¿qué hacemos con la partidocracia? ¿Es competitiva o forma parte de la crisis de partidos y de representatividad?  Puesto que los partidos políticos son los que definen los procedimientos de designación de sus candidatos, un tema pendiente para una siguiente reforma electoral es que el INE supervise y verifique que al interior de los partidos se lleven a cabo procesos imparciales y transparentes, reglas claras y piso parejo para los militantes interesados en una candidatura. Esto daría la posibilidad de dejar satisfechos a más aspirantes y por consiguiente habría menos fracturas internas y menos tránsfugas.


Al interior de los partidos falta mayor negociación, más operadores que busquen consensos y eviten imposiciones que dañan a los “suspirantes” en cada instituto político. Es necesario definir los procesos de candidaturas para que sean menos dolorosos a los no victoriosos, que se tengan criterios de selección aceptables para todos, que el proceso dé certeza tanto a sus líderes políticos como a las y los militantes en general, y a las y los potenciales electores, de que los candidatos han reunido el mayor consenso al interior y son más competitivos que sus rivales. Y, sin duda en mi opinión, al final de cuentas todos quienes participamos en política y también las y los electores debemos tener claro que traicionar al partido político que les postuló es una violación ética al compromiso original, porque estos cambios de ideología sólo debilitan la democracia y aumentan la falta de credibilidad en las y los políticos. Es un tema de congruencia y ética personal.


Sin embargo, lamentablemente, en los procesos electorales que se avecinan son muchos los tránsfugas que se acumularán, al tiempo.