Soy un poco “chocante” dirían mis hijos, con la idea de ver en el mismo pasillo del supermercado los productos de navidad y el santa Claus musical, con las catrinas y la decoración de día de muertos. Lo confieso, odio que empiecen a vender pan de muerto desde agosto o que se comercialice la rosca de reyes en noviembre
Me podrán decir anticuada, pero nada como esa maravillosa capacidad que algunas generaciones desarrollamos, para esperar con ilusión, la llegada de cada estación y fecha especial, por ejemplo, la llegada del pan de muerto al super mercado a mediados de octubre para que no faltarán ni en el altar del 1 de noviembre ni en la tradicional mesa familiar, acompañado de una taza de chocolate caliente.
O la, tan disfrutable, llegada de la temporada navideña a principios de diciembre, que adornaba las tiendas, las calles, el super mercado, las escuelas y los hogares del país porque estaba próxima la celebración de la navidad.
Todo esto cambió con la apertura comercial, con la extenuante competencia entre empresas por posicionarse, incrementar y dominar sus mercados con más promociones, productos más novedosos, compras anticipadas, recompensas, beneficios, etc.
Sin embargo, uno de los grandes hallazgos de la economía conductual de los noventa nos mostró la importancia del “animo social” como motor del consumo, es decir, el efecto que tiene lo que escuchamos, lo que vemos, lo que vivimos y lo que percibimos y como estos factores influyen nuestras decisiones económicas.
Mención aparte tiene el contenido noticioso que todos los días nos recuerdan todo lo que se ha hecho mal, nos enteramos de las distintas formas de sufrimiento humano, de la existencia de grupos sociales desarticulados que amenazan constantemente el orden, la estabilidad y la seguridad de los demás, de las cifras económicas, de los cierres de empresas, de la inflación y la carestía, de la actualización de los impuestos, de los conflictos armados que amenazan al planeta, del calentamiento global y de la migración, etc.
Incluso aquellos que procuran no mantenerse al día de lo que pasa, no están exentos del síndrome de contagio del ánimo social.
Como economista, soy una entusiasta de los indicadores, me encanta saber que todo puede ser susceptible de medirse, particularmente si se refiere a nuestra percepción de lo que somos y del mundo que nos rodea.
Y en ese sentido, uno de mis indicadores favoritos es el Índice de Confianza del Consumidor, una métrica que, desde principios del 2001, intenta racionalizar a través de datos, el “estado de ánimo social” en un rango que va del 0 al 100, donde el 0 refleja el pesimismo total, para entenderlo mejor, piense en el típico tío amargado para el que todo esta mal, nada de lo que hace el gobierno es suficiente, nada de lo que deciden las personas es adecuado y que cuando se le pregunta como esta, responde siempre con una larga lista de padecimientos y dolores que auguran una existencia condenada al sufrimiento.
Pero que, en el otro extremo del intervalo, en el 100, se refugia el optimismo total, aquello que reflejaría el estado de ánimo de alguien que parece que vive entre unicornios y arcoíris, todo es bello, todo es perfecto, nunca ha estado tan bien como hoy, etc.
Sin embargo, la mayor parte de las personas no nos movemos en los extremos, somos coleccionistas de momentos de felicidad, de tristeza, de ira, de esperanza, de desasosiego, igual tenemos días esplendidos que martes tormentosos y que en una suma de experiencias graduamos nuestra percepción de la realidad.
El Índice busca recoger, por lo tanto, la interpretación de la realidad de esa población a través del levantamiento de una encuesta que intenta explicar que tanto cambia aquello que consideramos “nuestro bienestar”, el resultado siempre es fascinante, principalmente porque nos entrega fotografías del ánimo social y por ende nos ayuda a entender porque se anticipa tanto el consumo de pan de muerto o los arbolitos de navidad en los centros comerciales.
El último corte de medición fue del mes de octubre, los resultados nos dicen que el indicador de ánimo social está en 46.1 puntos de 100 probables, es decir, está más cargado al pesimismo, pero además señala una caída de 3.2 puntos en comparación con el mismo mes, pero del 2024, es decir, somos 3.2 puntos más pesimistas que el año pasado.
Dentro de los componentes del indicador se encuentra la evaluación de la situación económica del país y del hogar en el momento actual, en el pasado y en el futuro, la disposición para hacer cierto tipo de compras: muebles, electrodomésticos, viajes, zapatos, alimentos, etc. o incluso nuestra disposición para ahorrar, comprar una casa o cambiar el auto.
Dentro de ese bajo ánimo, encontramos muchas lecturas, que incluso podrían parecer contradictorias, nuestra visión del futuro parece ser esperanzadora, por ejemplo, con 57.2 puntos las personas encuestadas creen que la situación económica del país mejorará en los próximos 12 meses lo que se complementa con la disposición para ahorrar también en el futuro.
Pero por otro lado, cuando se habla de “planificar” la compra de un auto nuevo o usado en los próximos 2 años la disposición se evalúa en solo 15.4 puntos. Caso similar ocurre con la expectativa de inflación, que recibe una evaluación de 17.4 puntos, somos pesimistas en torno al costo de la vida en los próximos 12 meses pero por otro lado, no perdemos la esperanza de que las cosas mejoren.
De ahí la necesidad de las empresas y las campañas publicitarias de “superponer” temporadas, amontonar las celebraciones, que experimentemos una especie de expansión de la satisfacción comercial, para estar dispuestos a gastar en el mes y medio que le queda a este 2025 que ha sido, por decir lo menos, desafiante en términos económicos. En ese sentido, la encuesta le proporciona información muy valiosa a las empresas, que tratan de empujar un “buen fin” que ya es casi una semana, de promociones, descuentos y beneficios para sacudir el mercado y que se despierte el ánimo social.
La expectativa del “Buen fin 2025” es, como siempre, superar las ventas del año pasado, que ascendieron a 173,800 millones de pesos, representando casi el 30% del total de las ventas anuales de las MIPyMES, así que ya tendremos oportunidad de evaluar que tanto la campaña permite moderar este pesimismo y sacar a los consumidores de sus hogares para colocarlos en los centros comerciales dispuestos a comprar.
Por lo pronto solo como un compromiso personal, me propongo ser cuidadosa con el gasto, hacer un análisis cuidadoso de lo que realmente necesito comprar, analizar las opciones, evaluar los precios entre competidores, revisar las compras en internet para evitar fraudes y llegar al buen fin con un presupuesto establecido y con ello beneficiarme de las promociones y ofertas, y de paso, apoyar a la economía del país.
En cuanto a la rosca de reyes, seguiré negándome a comprarla hasta enero, también le pondré limite a los efectos que la mercadotecnia moderna busca tener sobre mí, aunque mentalmente me preparo para escuchar los canticos de Mariah Carey y su All I Want For Christmas hasta en la sopa y desempacar el pinito navideño antes de que termine noviembre.